Algunos creen que los titiriteros también mueren
por Gustavo Roldán
Nadie puede creer que los títeres mueran, y si los títeres no mueren tampoco pueden morir los titiriteros. Simplemente las obras se terminan cuando baja el telón para seguir mañana en otro teatro, en otro pueblo, en otro país.

En qué país estará Javier Villafañe, tanto que le gustaba viajar. En qué esquina de la tierra se asomarán sus títeres y sus cuentos para seguir peleando por un mundo mejor, para resistir con la poesía de sus manos de mago y de sus palabras de fuego.
No es igual este país sin Javier Villafañe. Algo está faltando, alguna lenta palabra pronunciada a medianoche para espantar la furia, algún poema que se ría de las tonteras de este mundo, alguna manera de saber vivir a contrapelo.

Pero todos estamos acostumbrados a sus viajes, todos los amigos sabemos que al preguntar por Javier siempre alguien nos dice: está en Colombia, está en España, está en Grecia o en Hungría. Siempre en algún lugar diferente porque nunca nadie acaba de conocer el mundo. Porque el mundo es grande, aunque ahora parece más chico si no está por aquí Javier Villafañe.

Pero seguiremos esperando, o lo encontraremos en algún viaje, y seguiremos hablando de él, viejo mentiroso que no dudaba en contarnos de manera distinta la misma historia, porque si decía lo mismo era para él demasiado aburrido.

Tal vez no tenía derecho a dejarnos solos, pero un viajero siempre deja solos a los demás. También los titiriteros nos dejan solos cada vez que cierran su tablado y se van. Nos dejan una obra y un recuerdo y un algo que se ha movido dentro nuestro que nos hace más ricos, pero se van.

Toman el tren bajo la lluvia y saludan levantando la mano como diciendo adiós. Y sonríen. De qué sonríen si nos dejan solos y ya no podemos preguntar. Entonces las palabras nos quedan apretadas en la garganta, inútiles palabras que no dijimos a tiempo y que seguirán doliendo para siempre.

Tramo del artículo publicado en Para la Libertad, núm. 8, Buenos Aires, mayo-junio de 1996

 

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Un libro de Javier Villafañe
por Ariel Bufano
Presentar un libro de Javier Villafañe no es fácil. Y menos para mí. Lo lógico sería lo contrario: que yo, como aprendiz, como discípulo, le hubiese pedido a Javier que presentase un libro mío. Javier vive en el asombro y nos lo hace vivir a los demás.
Como éste, por ejemplo, de pedirme a mí que escriba esta solapa. Es el absurdo. Pero así es Javier y ése es su mundo. La sorpresa, la maravilla, el absurdo de lo cotidiano. La verdad detrás de la mentira. La absoluta libertad.

Uno nunca sabe si Javier es un invento de la gente, es un invento de los títeres o es un invento de Javier.
¿Quién es este titiritero poeta, este juglar que ha hecho de su canto y de sus muñecos algo humano, una filosofía de la vida? ¿Dónde empieza la leyenda y dónde termina? ¿Qué es La Andariega, esa carpa que es teatro, casa, carro y paraguas? ¿Quién es este barbudo creador de personajes que se le escapan de las manos? Quede este misterio para los sabios, los alquimistas, los vagabundos, los niños y los poetas.

A mí lo que siempre me maravilló en Javier más allá de su universo particular de poesía y de sus mágicos muñecos es su actitud de hombre.
Su autenticidad. Su igualdad a sí mismo hasta la última y dolorosa instancia. Su presencia en la verdad. Su cotidianidad de mate, amor y huelga; de vino, muerte y alegría de vivir. Su inmersión sin trampas en el mundo real. Todo él.

Texto de solapa de Títeres, 3ª ed., Buenos Aires: Hachette, libro terminado de imprimir en los talleres de Colombo el 24 de junio de 1967, cuando Javier cumplía sus 58 años

EL POETA SE REGALA EN SU CUMPLE OCHENTA AÑOS,
DÍA DE SAN JUAN Y NOCHE DE BRUJAS,
ESTE SONETO MOCHO
El ojo de la uva engorda al vino
mientras la copa va creciendo en la mano
y las botellas señalan dos caminos
el del tinto y el blanco.

Yo me voy por el tinto
y no me pierdo, lo vengo transitando
desde que Dios es Dios y el Diablo es Diablo
y por el blanco a veces, cuando insiste un amigo.

Y aquí me tienen, con mis ochenta años
los riñones alegres activando el meado
quehacer de cada día, el recto no ha desviado.

su placentero andar, el hígado sonriendo
la próstata dichosa y el corazón latiendo
en el pulso de un perro enamorado.

Javier Villafañe, Buenos Aires, 24-6-89

 

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Los cuentos que le contaron a Javier

Javier Villafañe estuvo [en Aragón] rodeado de niños y asistió a la fiesta organizada […] por Cultural Caracola.
Como si de un cuento se tratara, inició el relato de la historia. “Érase una vez un titiritero…” Villafañe llegó a Zaragoza procedente de Getafe (Madrid), contratado por el Ayuntamiento. ¿Qué necesita?, le preguntaron. “Chicos. Muchos chicos”, respondió. Vino para dos meses… “pero el titiritero, en vez de dos meses como lo establecía una cláusula del contrato, prorrogó su estancia más de cuatro años”.

La culpa la tuvieron “la magia, el encanto de Aragón, la calidad humana y la generosidad, el vaso de vino, el queso y el jamón”. Villafañe interrumpe el relato ante el objetivo de una cámara. “Voy a sonreír”, dice, y lanza un beso a la reortera.

Su misión era hacer funciones de títeres en las escuelas. Viaja por todos los pueblos de Aragón en coche o en tren, duerme en pensiones y habla en las plazas públicas.
Antes hizo lo mismo en Venezuela y en La Mancha, por los caminos de Don Quijote, donde recogió miles de cuentos que le contaron los niños, editados luego en sendos volúmenes.

El titiritero monta su teatrillo en el patio o en el comedor de la escuela y ofrece varias piezas a los niños.
Luego habla con ellos y les pide que le escriban el cuento que más les guste de todos aquellos que hayan escuchado, leído o imaginado. Otro día vuelve a por ellos.
Así un pueblo y otro pueblo, una escuela y otra escuela hasta hacerse con cincuenta mil cuentos. “La mayor parte son inventados, creaciones de los propios chicos.
Otros los recogen tal como se los contaron y seleccionan la parte que más les gustó”, señala.

Villafañe señala que no hay diferencia en la manera de contar cuentos entre los niños de la Argentina y de Aragón.
“Los niños son todos iguales, los mismos. Por lo general, están todos deformados por la escuela, que se encarga de unificarlos, cosa muy bien pensada por los Gobiernos para que sean sumisos e iguales”, dice este inconformista. Destaca la gran lección de los cuentos, “esas cosas que cuentan los niños cuando se les deja expresar en libertad”.

Extracto de una nota de Javier Ortega reproducida en la revista Títere de Paco Porras, núm. 37, Noviembre de 1990.

 

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"Un zorro mañero..."
por Miguel Briante
No habla Javier Villafañe; narra. Con esa voz tranquila, pautada, que ya e da su esgrima de setenta y nueve años con la vida, escribe en el aire y se lee, tal vez, en la cara del interlocutor. Corrige, a veces, porque sabe que narrando, al revés de la vida, se puede elegir por dónde empezar.
La historia de Don Juan el Zorro, por ejemplo, que empezó en lo real. “Conocimos, en un pueblo, a un comisario que nunca había sido policía se acuerda Javier. Le gustaban los asados y le gustaba pintar. A la mujer le gustaban las gallinas.” Fue allá por 1934, ’35, cuando anduvo recorriendo el país, haciendo títeres, a bordo de “la Andariega”: esa carreta, esos caballos de tiro. “Un día el comisario me dijo que quería domesticar un zorrito. Caricias, caricias, y el zorrito se convierte en un animal más cariñoso que un perro. Al tiempo me entero de que el zorrito rompió la soga con que lo tenían. Le mató todas las gallinas y no se comió ninguna.” En la penumbra de un departamento del Abasto donde lo recluye un resfrío, una fiebre, Javier espera y, zorro viejo, sentencia: “Los zorros son así. Además le rompió los pomos y los pinceles y se fue”.

Entonces escribió ese libro, al que subtituló: “Vidas y meditaciones de un pícaro”. Un libro que iban a quemar. “porque es la vida del zorro, sus andanzas, el zorro que se va a morir, el zorro que canta a la muerte y canta coplas, feliz porque sigue viviendo. Porque el zorro dice que la vida es hermosa, que mientras él tenga un humito para poder zafar, a pesar de todo él quiere vivir. Pero llega un momento en que se muere de viejo, ya no es más que su esqueleto. Como es zorro, está en la trampa y se mete en el cielo. Y se aburre. Se le ocurre comerse un angelito. Lo echan. Va al purgatorio y no lo dejan entrar. No le queda más remedio que irse al infierno y le pasa lo mismo [que al] Miseria. El diablo tampoco quiere saber nada con él. Cuando don Juan se va, resignado, a vivir en la eternidad, vienen unos diablillos y él le pregunta al diablo qué andan haciendo esos sobrinitos suyos. Le dice que están preparando los martirios de aceite hirviendo, de hierros candentes, de llamas. El zorro se arrepiente. ¿Hace tiempo que usted no anda por la Tierra?, le pregunta [al] diablo. Bueno, le conviene visitarla. Váyase usted a la Argentina y va a aprender en una cárcel o una comisaría a manejar un aparatito chiquito, limpio, no ensucia las manos, se llama la picana eléctrica. El diablo lo echó y el zorro se fue.
El libro salió en la Editorial Claridad; en alguno de los gobiernos militares lo secuestraron y lo quemaron. “Al pobre zorro, que era un libro ingenuo”. En otro gobierno militar, Javier se tuvo que ir.

Fue director de la Escuela de Títeres de Venezuela; después se fue a hacer la ruta del Quijote, por España. Un día, lo recibió el rey Juan Carlos de Borbón.

Pero antes, mucho antes, cuando apenas pasaba los veinte años, empezó un largo viaje, con “La Andariega”. La pensó en el año 1933, pero salió en 1935. El escritor Enrique Wernicke - La Ribera, Los que se van - y su amigo, el poeta Juan Pedro Ramos, habían descubierto, a los 17 años, los títeres de La Boca. “Era un teatro estable con un muñeco que hablaba en genovés y que representaba episodios de obras que duraban un año.
Para mí fue una maravilla. Ver ese espectáculo donde las armaduras, el organito, el organillero, y ese público que veía el drama donde desfilaban diablos, brujos, serpientes, príncipes, papas. Me hice amigo de don Bastián de Terranova y su mujer, doña Carolina. La de ellos era una hermosa historia de amor y de fuga. Un día me la contaron.
Te emociona estar frente a dos ancianos que ya no pueden caminar y que recuerdan que una vez huyeron y fueron perseguidos.”

Se queda callado Javier; él también solía escaparse con mujeres, siempre enamorado. Silenciosa, Luz Marina, su mujer venezolana, tranquila y descalza, le sirve un té. “Vos tomá vino”, me dice señalando la botella, con cierta nostalgia. “Me fui, y cada vez que terminaba una cas, que decía esta casa está linda, me echaban las mujeres”, dice Javier.

Don Saulo Benavente le ajustó la visión de los títeres, tal vez de su destino. “Nos sentábamos, él siempre con sus papelitos, con las servilletitas de las confiterías. Porque tu teatro, Javier, tiene que ser una carpa, decía y dibujaba el teatro. Tiene que ser tu casa. Y a raíz de esa charla aparece el teatro que camina. El día en que pensé qué maravilla sería hacer un teatro que camina me di cuenta de que uno no inventa nada. Cuanto más uno cree que está fabulando algo, resulta que es algo que se usó muchos años atrás. Era el teatro del juglar, el titiritero medieval, el teatro del titiritero chino.
Es el tipo que lleva su teatro en el cuerpo, en la capa y levanta la capa y los títeres asoman por arriba.” Hay más: el despojo, eso de ir perdiendo siempre algo el sonido, los títeres y tener que arreglarse en cualquier parte del mundo, con lo que se encuentre: una papa, una zanahoria, un trapito.

Y que la historia suene, fuerte, atrás. Recluido por su leve enfermedad, Javier sopla: “Imaginate que vino un médico y me dijo: ‘Vos ya no podés viajar tanto, Javier. El otro día estuviste en Esquel, cero grado. Después el avión, al otro día acá’. Ahora me dicen que no puedo hablar, justo a mí. Imaginate, en un proyecto con unos chicos del San Martín. Tengo que ir a Mozambique. Así que le pregunté al hombre que vino a pintar el departamento y me dijo que sí, que puedo viajar. Ese que trabaja sabe, no el médico”. Porque “La Andariega” salió así.
Con Juan Pedro, una vez, vieron a dos hombres y un carro, uno de los hombres llevaba las riendas, el otro, atrás, tirado sobre una carga de pasto, miraba el cielo. “Nos pareció hermoso. Eso fue una tarde de octubre en Buenos Aires, en la calle Azcuénaga entre Charcas y Paraguay”.

Tardaron en salir. Primero se fueron con “La Andariega” a un baldío de San Isidro. Era 1932. “Pero tardamos en seguir porque Juan Pedro se enamoraba y llegó un momento en que había una chica que estudiaba interna en una escuela de monjas de Belgrano cuya familia era alemana y vivía en Misiones.
Alguien, acá en Buenos Aires, sacaba los días jueves a la muchacha. Uno de esos días la vio Juan Pedro y se enamoró de ella. Le decíamos ‘la monjita’. ‘La Andariega’ estaba en un terreno baldío. Ya íbamos a salir sin obra ni nada. Y el amor de Juan Pedro. Se pasaba unos jueves deliciosos porque la chica iba a visitar a una amiga, en una casa pituca de Belgrano, y la amiga la sacaba a dar una vuelta y por ahí se escondía y se metía en el cuarto de la mucama. Juan Pedro, el titiritero feliz y la monjita dichosa.

Un jueves, cuando va [a buscar a] la amiga, le dicen que no la busque más, que los padres se la llevaron a Misiones. El viernes Juan Pedro salía para Misiones. La buscó por todo Santos Dumont. Por eso no salían. Juan Pedro tenía experiencia en esas desapariciones. “Años atrás se había enamorado de una polaca que había conocido en París. Habían pasado una semana hermosa pero Juan Pedro quería extender siempre el amor y le dijo a la polaca que se quería casar.
El padre de Juan Pedro era un señor muy serio, un infernal señor. El padre estaba en Berlín y le había dejado a Juan Pedro una lista de museos para ver en París. Llegaba al mes. Todo el conocimiento que tiene Juan Pedro de parís son los ojos, la nariz, los pechos, las rodillas de la polaca. Nada, ni un museo. Sacó una fotografía chiquita del Sena y otra de ellos dos. Entonces le dijo a la polaca que se quería casar. Ella creyó que era una broma. Pero sacó la visa y se fueron a Varsovia. De Varsovia Juan Pedro sabe más porque se enamora del centro de Varsovia y de toda Varsovia porque la polaca le dijo: ‘Esperame aquí. Allí viene mi tío y quiero que la veas’.
Pasaron mil tíos y miles de gentes y no vino la polaca y se quedó solo, solo, solo. Entonces fue a una pensión, compró una guía, amplió la fotografía de ella y recorrió casa por casa, puerta por puerta, preguntando: “¿Conocen a esta muchacha?’ Cuando recorrió todas las casa de Varsovia volvió a París.’

El padre le preguntó: “Qué tal, ¿qué te pareció el Louvre?” “Maravilloso, papá” “¿Los impresionistas?” Maravillosos. Todo era maravilloso. Pero se volvió muy triste porque no vio más a la polaca. Esa historia le gustaba mucho a un amigo mío polaco que era actor.
Un día me dijo: “Vamos a visitar Varsovia a ver si encontramos alguien que nos pueda dar datos de la polaca. Juan Pedro ya tenía un oficio en buscar novias y amantes perdidas, cuando llegué a Misiones. Se descubrió que la habían llevado a Alemania. Vino a Buenos Aires para irse a Alemania, pero en el camino pensó que “La Andariega” servía para olvidar muchas cosas y encontrar otras nuevas.

- ¿Y se fueron?
- No, como todo el mundo nos preguntaba cuándo se van, llevamos “La Andariega” de Belgrano a un terreno baldío de Vicente López. Teníamos un amigo, el viejo Facio, al que le habíamos regalado una carpa. Vivimos mucho tiempo con Juan Pedro en una carpa. El viejo estaba en la carpa, pusimos “La Andariega” por ahí. El viejo decía que tenía en su carpa el sillón presidencial que había sido de Yrigoyen. Era un sillón que habían tirado al río. Tenía una alfombra que era una bolsa, y un cepillo de dientes. Cuando llegamos le dijimos: “Vamos a pasear”. “No puedo dijo el viejo Facio, estoy con mi novia”. Le dijimos: “hay un boliche acá en la esquina, te invitamos a comer a vos y a tu novia”. Y fue el viejo Facio con su novia.
Era una bella mendiga con el pelo muy alborotado y una peineta, y unos guantes rotos. Al día siguiente le dejamos a cuidar “La Andariega” y nos fuimos a buscar más cosas, a escondernos para que la gente creyera que nos habíamos ido. Tardamos dos días en volver. Cuando llegamos, Facio estaba sentado. “¿Qué tal, Facio?” “¿Y la novia, Facio?” “Las mujeres, todas las mujeres son putas”. “¿Qué te pasó?” “Me robó.” “¿Qué te robó?” “La alfombra y el cepillo de dientes.”

El viejo Facio tenía muchos perros y los hacía formar por escuadra. Y tenía un perro ladrón de botellas de vino que un día le pegaron un palo. Tenía un perro que robaba carne, un perro que hacía pruebas, otro que era marinero. Tenía un perro que no hacía nada, era ocioso. Él lo quería igual.”

También conoció a Raúl González Tuñón. Javier iba con El violín del diablo, por la calle y un hombre lo paró y le preguntó si le gustaba el libro. Javier recitó un poema. El hombre era Tuñón: “A Javier, de Raúl, en la calle”, le dedicó. Fueron, un tiempo, inseparables. “En aquel tiempo dice Javier todos eran mayores que yo.” Andaban con Juan Pedro, con Sebastián Tallón, con el otro Tuñón, Enrique, con Poroto Botana. “Un día Poroto me anunció que se iba a suicidar. Le dije que estaba bien pero que fuéramos a un campito que él tenía. Salimos, una tarde, para que él se suicidara a la intemperie. Vi un carrito, lindísimo; le pedí que me lo regalara. Me dijo que le costaría mucho desprenderse del carrito. Creo que no se suicidó de egoísta, para no regalármelo.” Otro de sus amigos, un poeta, vivía en un durmiente. “No, no en la vía. En un depósito de durmientes que estaba cerca de la estación Colegiales.
El vivía, esperá que me acuerdo, en el durmiente AZ 2002.” Viajaron; Javier estaba en el Partido Comunista Argentino y salieron en delegación para Polonia, a un festival de la juventud. En barco. Iba Violeta Parra. Una noche habíamos tomado mucho. “Era un vino riquísimo, íbamos en clase única. Yo estaba haciendo la fila para lavarme la cara y un turco que volvía a Europa para ver si encontraba a una novia, me dijo: ‘Señor, por favor, me presta el cepillo de dientes’. Y después me lo devuelve. Alguien me dice: ‘Tiralo’, y yo digo: ‘¿Cómo voy a tirar el cepillo de diente? ¿Por qué lo voy a tirar? Qué prejuicios tiene la gente’. A los pocos días a mí se me ocurre tirarle cosas al mar. Los dos estábamos en el juego ese, que empezaba por un juego y terminaba en una cosa tan real. ¿Qué están haciendo? Enloqueciendo a las sirenas. Tiré un reloj al mar para que tuvieran un reloj las sirenas. Los documentos, el pasaporte, la cédula no los podíamos tirar al mar porque van en el barco. No sé si los hubiéramos tirado. Supongo que no”.

Pero también dice que otra noche, en otro barco, en otra borrachera lo tiró. Vio al mar tan solo, que le tiró el pasaporte, para acompañar.

Horas, días, años puede estar contando, Javier. El viaje por la ruta del Quijote estuvo siempre colgado en su vida. “Desde el año ’37, cuando vivíamos en la canoa, en el río Uruguay. Mi compañero era un marinero loco, anarquista alemán. Hacíamos títeres en los puertos y embarcaderos argentinos y uruguayos. Una vez yo le decía al alemán: ‘Si se pudiera hacer esa ruta, la del Quijote’. Y se puede, decía él. Era un tipo fabulador. ‘Si nosotros subimos el río Uruguay decía llegamos a un bar que se llama Brasil’. Javier le dijo: “Pero el río ya no va por ahí”. “Pero yo levanto la canoa decía el anarquista y vos llevás el teatro de títeres. Cruzamos. Cuando llegamos a Río de Janeiro preparamos la canoa y nos vamos. Llegamos a España.” Javier dice que había que seguirle el juego. Así que le jugó una pulseada y se dejó ganar: “Como vos sos el más fuerte dice Javier que le dijo el teatro lo llevás vos”. Un tiempo después, estaban en una aldea india del Brasil, haciendo títeres. “había antropólogos, sociólogos, hasta un analista famoso” ¿Un analista? “Bueno, uno de esos que vos vas y te confesás”, dice el titiritero. “Pobre, la mujer se le fue con un enano. Sí, de raza enana, que podría haber trabajado en un circo. ¿Te das cuenta? ¿Un analista famoso que no tenga en cuenta la existencia de los enanos””, dice Javier.

Con el tiempo, el viaje fue posible. Le ayudó el rector de la Universidad de Venezuela. “Yo le dije que podríamos hacer un viaje por La mancha llevando sobre los hombros nuestro taller de libro, y que yo iba a hacer una antología de la poesía de Venezuela, con hojas voladoras.”

Arrancaron tres. Llegaron a ser veinte. “A Baika Dávalos lo encontramos a punto de suicidarse, en Barcelona. Se quería tirar del monumento a Cristóbal Colón. Se vino con nosotros, hacía la crónica de nuestro teatrito y se la daba a los diarios de la zona. Así se salvó”. Después, a Javier lo recibió el rey Juan Carlos de Borbón.

Cuenta:
- Yo estaba haciendo un libro que a lo mejor un día termino. Era preguntarle a la gente ¿cuál era el libro que le contaban cuando era chico que más le gustaba? Era difícil porque no se acordaban. Rómulo Gallegos era muy viejo y me dice: “Me contaban muchos cuentos, mi padre, mi hermana, pero todos esos cuentos que me contaban cuando era chico están en mis libros”. Le dije: “hay un cuento de un zoológico, de un circo”. Me dijo: “Ahí está, ese era uno de los cuentos que me contaron y yo sólo después lo contaba”. Yo le preguntaba no sólo a poetas sino también a tipos que hacen cosas, por ejemplo, un enterrador. Los que laburan, un molinero. Un día voy a preguntarle al rey y al Papa, me decía. Estando en España, porque hay pocos reyes, lo fui a ver al rey. Conseguí una entrevista por intermedio de la embajada de Venezuela. Yo no sabía cómo decirle al rey. Él me recibió. Yo entré a verlo sin auto.
Atravesamos jardines y jardines y los soldados y militares me saludaban. Voy a una sala, después a otra, están llenas de condecoraciones. Me hacen pasar a la sala del rey, al Palacio. Sale el rey. Alto es el rey, ¿sabés? Sonríe. Me da la mano. Yo no sabía cómo hacer. Alguien me dijo que se le decía Su Majestad, el rey. Yo no me había manejado con reyes nunca en mi vida, salvo en el teatro de títeres. Charlamos y le pregunto cuál era el cuento que más le gustaba de los que le contaban cuando era chico. El rey me habló del padre y lo dijo de una manera irónica que también a los infantes les cuentan cuentos. Y me hizo una pregunta estupenda. Además de preguntar esto, ¿por qué no preguntar cuál es el libro que uno buscó por primera vez? Me dijo: “Yo quiero pensar, porque me interesa mucho esto. Quiero pensar, usted me escribe a esta dirección, anotó, y yo le voy a contestar”. Seguimos conversando del viaje de La Mancha, esas cosas. Cuando me voy a ir me dijo: “Me imagino que usted no tiene auto”. Digo: “No, no tengo auto”. Bueno, voy a hacer que lo lleven en mi coche”. Entonces subí al auto del rey. Yo vivía en ventas, un barrio de gente linda. Le digo al chofer: “Aquí las llaves las tienen arriba”. Mentira, yo las tenía encima, pero quería que el barrio me viera en el auto del rey. Tocaba bocina y no salía nadie. Hay un bar donde pueden estar, fuimos a uno, a otro y nada. Lo mejor es ir a pie. Me quedé en un bar. Vino un amigo y le dije que si llegaba unos minutos antes me veía en el auto del rey. “¿Subiste al auto del rey?” “Sí”. “Hay que ser boludo, Javier, mirá si te ponen una bomba.” Unos días después mandé la carta. Al poco tiempo llega la carta del rey donde me dice que el primer cuanto que buscó él fue Platero y Yo. Buscó el primer libro que se acordó, el rey.

Hace un rato ha sonado el teléfono. Ahora, Luz Marina le dice que era una amiga, una titiritera, que quería venir con seis alumnas a verlo. Ella le ha dicho que de ninguna manera, que Javier está enfermo y tiene que cuidarse y no puede ver a nadie.

- ¿Eso le dijiste? le dice el viejo zorro con cariño. Vos sos loca. Yo con seis alumnas me curo enseguida, che.

Publicado originariamente en el suplemento “Culturas” del diario Página/12 de Buenos Aires, ed. correspondiente al domingo 20 de Noviembre de 1988.

 

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Poesía de Javier
Caras
Recuerdo unas caras de niño
que entonces calzaban justo en mi cuello:
una cara de adolescente
que también era la mía, la recuerdo
una tarde cuando el mar
devolvía a la playa unos restos
queridos. (Esos labios,
esa lengua comida por los peces.)
Recuerdo unas caras juntándose a mis caras.

(Oh amantes, oh dicha que nos prestó
el amor, tan amadas algunas.)
En un álbum con fotografías
hay otras caras que también usé
y no puedo precisar
cuándo anduve con ellas.

Veo millares de caras, todas mías,
veo infinitos ojos que me miran
entre maletas, sillas y botellas.

Tomado de De puerta en puerta, Buenos Aires: Raigal (“La poesía”), 1956, p. 21.

 

Los amantes
Se abrazaban desnudos
Ella voló con los cabellos con las medias con las
bombachas con las
ligas con un corsé con un marido con un pastel
quemándose en el horno
con una hija viuda
Él voló con un portafolio con los lentes con un som-
brero con un diploma con un chaleco con una
esposa con tres hijos y un nieto
Volaban
Se hacían adiós desde el aire
donde estaban desnudos abrazados
En la puerta del hotel tomaron un taxi.

Tomado de El gran paraguas, Buenos Aires: La Rosa Blindada, 1965, p. 11.

 

El hijo pródigo
Se sentó
en el cordón de la vereda.
Era el mísero,
era la cicatriz sobre la barba,
el agujero en la uña,
el pie descalzo.
Regresaba;
traía sed
y lo comía el hambre,
y él
se devoraba,
paso a paso,
la boca,
las ojeras,
las arrugas.
Reconoció la puerta de la casa,
el llamador, la luna
en la pared,
el pozo, las glicinas,
la escalera.
El perro le besó los pies,
se arrodilló con una cola inmensa.
El padre abrió los brazos.
Trajeron un becerro y unos músicos.
La madre apantallaba el fuego
bajo tierra.
Dijo el hermano:
No;
yo perforé las piedras
para que las raíces
pudieran enhebrarse.
Y el hijo pródigo entró en la casa solo;
acarició su almohada,
su cabeza en la almohada,
su niñez que crecía de repente,
su sudor en la mano,
y otra vez
se encontró con él mismo en un camino,
otra vez regresando
y otra vez partiendo
para llegar de nuevo,
mísero,
descalzo,
con la sed
comiéndole la lengua.

Tomado de Javier Villafañe, Atá el hilo y comenzó de nuevo, Buenos Aires: Losada, 1960, pp. 81-82.

 

El sueño del niño negro
Sueños de muchos colores
saben soñar los morenos.

A la sombra gris oscura,
bajo un blanco limonero,
almohada de verdes hojas,
se ha dormido el niño negro.

Se ve en un caballo zaino
por campos amarillentos.

Violeta el jacarandá,
azul el río, a lo lejos…
El saco marrón y lila,
verde y granate el sombrero
y una rosa color rosa
lleva en el blanco pañuelo.

Negra niña se le acerca
y le pide al niño negro
que moje en el río azul
sus rojos labios sedientos.

¡Galopa el caballo zaino
por el campo amarillento!
¡Qué celeste está la tarde
y qué celeste está el viento !

Las frescas aguas azules
mojan los labios bermejos…
Sonríe la niña negra
y sonríe el niño negro,
sonrisas de blancos dientes
y de bronceados hoyuelos.

Cantó un rojo cardenal
en el blanco limonero,
y apartando verdes hojas
se despierta el niño negro.

Tomado de Coplas, poemas y canciones, Buenos Aires: “El Bibliófilo”, 1938, pp. 61-63.
Este poema fue retomado, con variantes, en las sucesivas ediciones de El gallo pinto. Por otra parte, María Teresa Corral y “El Tata” Cedrón hicieron canciones con su texto.

 

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Narrativa de Javier
Los ancianos convágines

Todos los años, al cumplirse el aniversario de su muerte; ella murió el 23 de julio de 1948 (Q. E. P. D.), se reunían a comer los convágines.

En la primera cena de camaradería asistieron noventa y dos comensales. Algunos fueron con sus mujeres y sus hijos, otros con sus novias, otros solos. Y el más joven, un estudiante de arquitectura, fue con su abuelo, un venerable anciano. Llegaron telegramas del extranjero, ramos de flores, tarjetas.

Jamás en esas cenas de camaradería se habló de ella ni se pronunció su nombre. Los convágines comían y bebían. Hablaban de negocios, de política, de viajes. Se trataban de usted. Tenían distintas actividades. Unos eran médicos, otros industriales, otros músicos, otros contrabandistas. Las señoras y las novias de los convágines hablaban de modas y quedaban en visitarse al día siguiente. Y los niños, después del postre, dormían con los codos sobre la mesa.

Los convágines se abrazaban al despedirse. Las señoras y las novias de los convágines se besaban en las mejillas.

- Hasta el año que viene.
En la cena de camaradería del 23 de julio de 1960 el abuelo del convágine más joven, el venerable anciano, dijo al despedirse:

- Lamento no poder decir: “Hasta el año que viene”, porque tengo los días contados. Pero vendrá mi nieto.

Y los años pasaron como pasan los árboles desde la ventanilla de un tren, como pasa el agua por debajo de un puente.

El 23 de julio de 1982 fueron tres convágines a la cena de camaradería y se abrazaron al despedirse.

- Hasta el año que viene.

El 23 de junio de 1983 fueron dos convágines a la cena de camaradería y se abrazaron al despedirse.

- Hasta el año que viene.

El 23 de junio de 1984 fue un solo convágine a la cena de camaradería. Comió. Lo ayudaron a levantarse. Se apoyó en el bastón. Le temblaba la copa en la mano. No pudo decir una sola palabra.

Las ancianas confálicas
Eran inseparables. Usaban el mismo perfume y paseaban tomadas de la mano. En las tardes de lluvia jugaban al dominó, tejían o hacían solitarios. Jamás hablaron de él ni recordaron su nombre.
Cuando moría una de ellas, era siempre en otoño, la lloraban en silencio con una sonrisa de complicidad.

Pensamientos de un anciano
Hay que regar antes que llueva.
Sólo yo me acuerdo de mí.
No digas nunca: “jamás”; decí: “quizás”, “tal vez”.
Cuando las moscas no joden, mejor es dejarlas quietas.
Hacer una sola cosa en la vida y perfectamente mal hecha.
Ahogado no muerde agua.

Por las despedidas se inventaron los viajes.
El beber no ocupa lugar.
Da limosna a plena luz por si están espiando del cielo.
Las cerraduras obedecen al ladrón, jamás al cerrajero.
Una ladilla es un placer, cien un martirio.
Nada es de nadie.

Hacé lo que decís cuando estás borracho, ése sos vos.
Pecado es no pecar.
Miente, pero no engañes.
El que duerme demasiado se entierra en vida.
Gana el que pierde.

Hablá bien de Dios por si te escucha.
Un anciano se siente viejo cuando no puede cazar a una pulga.
La vida es corta y el quilombo largo.
El ojo del vino engorda la uva.
Todo se puede perder menos la sed.
Pobre del viejo pobre.

El anciano sensible
Sufría tremendamente cuando los amantes de su mujer le eran infieles y la engañaban con otra mujer.

La anciana y el espejo
Envejeció el espejo de tanto mirarme.

El anciano refinado
Después de leer un libro me lavo los ojos y las manos. Las palabras han sido demasiado usadas y están sucias.

La anciana golosa
Es hermoso ese hombre. Parece un caballo desnudo.

Textos tomados de Los ancianos y las apuestas, Buenos Aires: Sudamericana, 1990 (reúne textos publicados en distintos medios desde la década de 1960).

 

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Teatro de Javier

Titiritero: (Poniéndose de pie)
- Yo no sé dónde está el límite entre lo real y lo irreal. Elegí este oficio para divertir a la gente y poder viajar.

Trotamundos: (Irónico)
- ¿Viajar?

Titiritero: (A Trotamundos)
- No me interrumpas, Trotamundos. Construí un teatro para llevarlo al hombro y fue mi cruz. Después hice a los personajes a imagen y semejanza de seres vivos, tocables, y me equivoqué. Porque el hombre no es lo que lleva escrito en el rostro, lo que dicen sus palabras. En cada hombre hay mil hombres que quieren vivir de una misma raíz, de una misma sombra. 
Y nunca sabemos cuál es el que nos mira, el que habla. Me equivoqué. Me duele porque amo a mis títeres. Son mi sangre. Mis manos los animan y los siento vivir. Y hay momentos que ellos me manejan y yo soy el que obedece.

Ordenador: (Entra por la derecha. Es joven, ágil ,alegre, con una cabellera lacia y una barbilla rala. Tiene algo de juglar y de mago. Viste un amplio traje arlequinesco, bonete con lentejuelas, zapatos puntiagudos y guantes blancos. Lleva un violín debajo del brazo. Saluda haciendo reverencias)
- Señoras y señores…

Titiritero: (Sorprendido)
- ¿Y usted?

Ordenador: (Inclinándose)
- Un servidor.

Titiritero:
- ¿Músico?

Ordenador:
- Desgraciadamente, no. Y le confieso, señor, me gustaría ser músico. Tengo un oficio muy poco solicitado. Soy el Ordenador de vidas. Hago falta en todas partes, pero nadie me quiere. Vivo de la limosna. Estoy casi desnudo.

Titiritero:
- ¿Desnudo? ¿Y ese traje, esos zapatos, esos guantes?

Ordenador:
- Nada es mío. Me los prestaron en la utilería para subir al escenario. Un traje de arlequín, un sombrero de mago, unos guantes de mucamo y estos zapatos puntiagudos que parecen de un duende. Al violín le faltan las cuerdas y el arco, pero es un violín.

Titiritero:
- ¿Y qué viene a hacer aquí?

Ordenador:
- A ofrecer mis servicios. Aquí me necesitan. Soy imprescindible.

Trotamundos: (A los títeres. En voz baja)
- Es el Ordenador de vidas.

Ordenador:
- Alguien estuvo aquí; alguien que vino a intrigar. ¿Y saben quién es, quién fue? (No da tiempo a que respondan) El Diablo.

Diablo títere:
- ¿Yo?

Ordenador:
- No, usted no. El otro. Es su razón de vida. Yo, ordeno. Él, desordena. Es el gran desordenador. Ustedes estaban encontrándose después de muchos años. Discutían, a veces, como es lógico. Y para ponerse de acuerdo había que limar pequeñísimos roces. Llegó el Diablo y enredó la madeja. Es su labor. Se divierte. Le gusta ese juego y lo hace bien. Además es muy hábil para trastocar el tiempo. Pero aquí, francamente, no ha pasado nada. […]

Titiritero:
- ¿Usted cree en el Diablo?

Ordenador:
- Yo sí, ¿y usted?

Titiritero:
- Tengo mis dudas. ¿Me ayuda a guardar los títeres?

Ordenador:
- Con mucho gusto.

Titiritero: (Señalando hacia la derecha)
- Por favor, alcánceme esa maleta que está detrás de la cortina.

[El Ordenador se calza los títeres, y les dice “Nunca crucen el puente.”]

Ordenador:
- Yo salgo por aquí (Señala a la izquierda)
-
Tengo que devolver lo que me prestaron: el traje, el sombrero, los zapatos, los guantes. (Toma el violín que había dejado en una silla)
-
Señor, ¿cree usted que su oficio y el mío se parecen?

Titiritero:
- Creo que sí. Sin ninguna duda.

(Ordenador sale por la izquierda y el Titiritero por la derecha)

TELÓN

Tramos de final de A imagen y semejanza, escrita en “El Ombú”, San Miguel, 1958.
Publicada junto con Puede ser o es lo mismo (1959) en Javier Villafañe, Teatro, Buenos Aires: Colihue, 1994, “porque el autor confía que las lea un buen director y las represente, lo antes posible, en un teatro con telón y portero”.

 

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Crónica de Javier
Cuando el Diablo perdió la cabeza
Escuchen y repitan para que otros escuchen y sigan repitiendo los nombres de estas ciudades y pueblos de La Mancha: Argamasilla de Alba, Herencia, Arenas de San Juan, Campo de Criptana, Villarrubia de los Ojos, Los Jarales. Y fue en Los Jarales , en el patio de una vieja finca, donde los fotógrafos y Maese Javier improvisaron un escenario.

Cuánto lamenté no hubieran estado Pedro Rimales, La Muerte, El Anunciador, Tío Tigre y Tío Conejo. Se habían ido con maese Paulino a Carrión de Calatrava.

Hicimos una función para los hijos de los gitanos que trabajaban en la vendimia. Esos niños nunca habían visto títeres.
Se corrió la voz o fue que la alegría voló por el aire y de pronto el patio se llenó de gitanos.
Todos los gitanos abandonaron las tareas y vinieron a vernos actuar. Llegaron cuando Juancito le acariciaba los cabellos a María. “¡Los cabellos, María! ¡Los cabellos!” Qué hermoso es el amor.

Los gitanos ocuparon el patio. Les brillaba el sudor en las espaldas. Las últimas luces de la tarde iluminaban el escenario. Tenía que aparecer el Diablo y no aparecía. Maese Javier no encontraba la cabeza del Diablo. Se había calzado el traje y la capa. Tenía que entretener al público.
De pronto se escuchó una voz que venía de los sótanos del infierno. Maese Javier habló con la voz del Diablo: “¡Mi cabeza! ¿Dónde está mi cabeza?” Y respondió otra voz que venía de más abajo todavía: “Olvidaste la cabeza en la cama de la Portuguesa”. Algunos gitanos rieron a carcajadas. Conocían a la Portuguesa. Era famosa en Puerto Lápice. Después les contaré qué ocurrió en el cuarto de la Portuguesa. Sigo con la representación.
Se hizo un profundo silencio cuando apareció el Diablo una llamarada que emergía del fondo de la tierra.
Era el mismo Diablo con los hombros levantados, el cuello encogido y los cuernos ocultos entre los pliegues de la capa. Juancito después de vencer a los fantasmas lucho con el diablo sin cabeza. Es increíble. Les estoy contando la obra como si no conocieran La calle de los fantasmas.

Cuando salí a anunciar el final del espectáculo, cuando dije, como digo siempre: “¡Público! ¡Respetable público! ¿La función ha terminado!”, los gitanos se levantaron, corrieron, invadieron el escenario. Viejos, jóvenes, niños, querían vernos de cerca, tocarnos, acariciarnos. Nos traían racimos de uvas. Los fotógrafos y Maese Javier no podían contenerlos.
Una gitana le regaló a maría una cinta para protegerla del mal de ojo.

Maese Javier buscoó el libro para que firmara el gitano más viejo. Escribo “el libro” como si supieran a qué libro me estoy refiriendo.
Así se me deben haber pasado por alto muchas cosas. No podemos confiar en la memoria. La memoria es un trompo que se enreda en sí mismo.

Y nuestra memoria no es solamente recordar el ayer, es recordar el mañana, el pasado mañana o el próximo domingo y no olvidar el día, la hora exacta donde hay que hacer una función.
Vuelvo a referirme al libro que firmó el más viejo de los gitanos. Cuando Maese Javier llegó a Madrid lo primero que hizo fue comprar una hermosa edición del Quijote para regalar a la Biblioteca de la Universidad de Los Andes.

El libro llevará la firma de los amigos que encuentren en el camino. Hasta ahora firmaron un mulero, un poeta, una cocinera, un alcalde, un cura, un torero, una monja, un músico, un barbero, un médico, un viudo, el dueño de un hostal, una copera y la última firma es la del viejo gitano de Los Jarales.

Tomado de Javier Villafañe, Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote, Barcelona: Seix Barral, 1983, pp. 49-51.


 

Cómo recogí estos dibujos
En carros, en trenes, en barcos de carga, en camiones, he viajado por el interior del país. Llevo varios años recorriendo sus caminos. Norte, sur, este y oeste.

Pueblos y ciudades me vieron llegar con un teatro de títeres. Solía detenerme en las escuelas, armar en el patio el escenario, unas lonas de colores y un telón que jugaba con el viento y hacer una representación.
Después leía un cuento, una leyenda o un poema. Inmediatamente los niños pasaban a sus aulas y allí dibujaban y pintaban. En varias oportunidades tuve que surtirlos de papel, pinceles y acuarelas, porque en la mayoría de las escuelas del interior carecen de estos elementos imprescindibles.

Entraban al aula felices, alegres. Habían vivido instantes de goce puro en ese mundo de magia que les crea el títere. Rieron con todas las ganas. […]

Solos, en absoluta libertad, dibujaban y pintaban las escenas del relato que más les había impresionado. […] Así obtuve las ilustraciones para dos obras, editadas por la Universidad Nacional de La Plata.

[…] Se me preguntó muchas veces cuál era, a mi ver, la región del país donde los niños dibujaban mejor. No se puede decir la llanura, la montaña, el mar, la ciudad, la selva. En cada lugar, el paisaje, las costumbres, inspiran los motivos que el niño aprovecha para sus dibujos. Penetra en el mundo que le rodea, en la circunstancia geográfica en la que vive. Pero […] podría concluir diciendo sin exagerar: el niño dibuja mejor allí donde mejor come.

Palabras preliminares a la segunda edición de El Gallo Pinto. Canciones ilustradas por niños, Buenos Aires, Huarpes, 1947.

 

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Ensayos de Javier
Los Niños y los Títeres
Desde el año 1935, en distintos medios de locomoción carreta, carro, camión, canoa llevamos por los caminos y los ríos el pequeño tablado de La Andariega.

La mayor parte de las funciones las realizábamos al aire libre, en las plazas, en las calles y en los desembarcaderos de los puertos.

Invariablemente nos deteníamos en las escuelas que hallábamos a nuestro paso, y después de la representación enseñábamos a los niños el viejo y sencillo arte de los títeres.

En muy pocos años se multiplicaron los titiriteros y se desparramaron rápidamente por los cuatro puntos cardinales del país.

Hoy podemos contar numerosos teatros de títeres construidos por niños, que representan sus propias obras, con muñecos modelados, pintados y vestidos por ellos mismos.
Y está cercano el día en que no hallaremos una sola escuela, en todo el territorio, donde falte un tabladillo con sus muñecos.

El teatro de títeres, sin duda alguna, es el espectáculo preferido por el niño.
Llega tan hondo a su sensibilidad, que participa de lleno en las representaciones, entregándose totalmente, jugando el doble papel de espectador y actor.

[…]

Es un arte tan puro, este antiguo arte de los títeres, que sólo puede vivir en las manos del niño o del poeta.

Sería lamentable que el maestro equivocara la verdadera misión del teatro de títeres en la escuela, queriendo utilizar a los muñecos para colaborar en la enseñanza.
¡Pobres de los títeres, entonces! Llenos de pedagogía, los veríamos morir irremediablemente, convertidos en la más dolorosa pesadilla del niño.

Tramos de una conferencia de octubre de 1941 que reseñaba la experiencia de Javier como becario de la Comisión Nacional de Cultura.
Publicada en distintas fuentes, y reproducida parcialmente en Los niños y los títeres, Buenos Aires: El Ateneo (“Colección Titirimundo Agrupación de titiriteros y amigos de los títeres”), 1944.

 

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Javier y sus títeres - del retablo al correo
Cartas recibidas por Juancito y María

Señorita María,
Primeramente la saludo con mucho cariño y después le digo que yo estoy muy admirada por su vestir y por su cabello y también su cara y a Juan le paso a decir que estoy muy sorprendida por su agilidad y que es muy valiente y la salvó cuando estaba en peligro.
A mí también me gustó Chímpete Chámpata y el fantasma y el diablo que quería atrapar a Juan y también me gustó el policía y yo me divertí mucho con todos los títeres.
   
                                                                                                                                                                                                Neri Álvarez, 8 años - 3º grado

Mi querido amigo Juancito,
Saludándolo que se encuentre bien. Juan: me gustó mucho la forma en que actuaron. Pues ahora paso a preguntarle por sus demás familiares principalmente por sus mamá y su papá. De parte mía deles un abrazo y un beso. Tu amiga:
                                                                                                                                                                                                    Carmen Adela Castillo, 9 años - 2º grado

Señor títere Juancito,
Mi muy estimado y siempre recordado amigo,
Juancito: la presente es para saludarlo y desearle que esté bien y ahora te diré que me encuentro bien y estoy estudiando mucho para los exámenes semestrales porque si no salgo bien me castigarán y no me dejarán merendar los días domingos con mis amigos.
Sin más por el momento te saluda tu amigo.
                                                                                                                                                                                                      Johnni Méndez, 9 años - 4º grado

Señor Juan,
El día de tu presentación se despejó una emocionante alegría en todos mis compañeros especialmente en mí.
                                                                                                                                                                                                       Luis Ricardo Rendón - 4º grado

María y Juancito,
Mira María te hago esta carta para verte otra vez en los títeres porque me pareciste muy bien igual que Juancito. Yo albín Romero soy su amigo y te quiero saludar y todos mis compañeros te quieren saludar.
Yo quiero que vuelvas para la Escuela de Aplicación ya que son muy buenos actores y espero que vuelvan con su circo fabuloso.
                                                                                                                                                                                                        Albín Romero, 10 años - 4º grado

 

Cartas de niños venezolanos a Juancito y María, selección a partir de las publicadas en Titirimundi - El mundo de los títeres, núms. 2-3, Mérida, Septiembre-Diciembre de 1968.

 

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Javier como entrevistador
Un reportaje a Punch

Es casi la media noche. El viejo titiritero está sentado en un sillón. Se abre la puerta. Entra un hombre vestido de negro. Avanza. El titiritero se sorprende. Intenta levantarse; pero ese extraño visitante se detiene:

- Siéntese, por favor… - dice, entregándole una tarjeta.

Y agrega:

- No se preocupe, señor. Continúe leyendo. No esperaba encontrarme con usted. Vengo a reportear a uno de sus personajes: al caballero Punch. Nos hemos dado cita aquí, a las doce de la noche. […] ¿Dónde está Punch?

- Allí - responde tímidamente el dueño de casa, señalando el baúl de viaje.

El visitante […] golpea tres veces en la cerradura y llama:

- ¡Caballero Punch…!

Se levanta la tapa del baúl y aparece unch revoleando un bastón. Surge del interior como si tuviera un resorte, como si lo animara la mano del titiritero. Al saludar mueve las jorobas y suena el cascabel que reluce en la punta del largo bonete.

[…]

El periodista […] comienza a interrogar al héroe de los tabladillos ingleses.

[Punch] ríe con todas las ganas [:]
- No les crea a los historiadores. […] Todo lo oscurecen y complican […]

- Caballero Punch: sé que usted ha corrido el mundo entero y que ha sido amado por muchas mujeres. Háblenos de sus andanzas y de sus amores.

- Mis andanzas y mis amores fueron cantados por grandes poetas. Escuche usted una vieja balada que, con el título de “Las locuras del señor Punch”, se hizo muy popular en mi país, en la primera mitad del siglo XVIII. Sólo recuerdo algunos fragmentos:

[…]

“Punch no era tan hermoso. Lucía una nariz de elefante, señor. Sobre su espalda se elevaba un cono que se alzaba a la altura de su cabeza. Pero dicen que esto no le impedía tener la voz tan seductora como una sirena”

“Era cruel como un turco y como un turco no podía contentarse con una sola mujer. […] Viajó por todos los países. Era tan seductor que sólo tres mujeres se negaron a seguir sus locuras: una joven campesina, una piadosa abadesa y la tercera, yo no quiero decir lo que era, pero puedo asegurarlo que era, sí, la más impura de las mujeres”.
[…]

“Se decía que en el viaje había firmado un pacto con el Diablo. Después de mucho andar regresó a Inglaterra. La policía lo detuvo y los jueces lo condenaron a muerte. Esta vez engañó al verdugo y salió con vida de la horca”.

“Entonces vino a buscarlo el Diablo. Pelearon. El Diablo con una horquilla y Punch con un bastón. ¡Nada más que con un bastón, y venció al Diablo! ¡Lo mató!”

Punch termina de decir la balada y se queda inmóvil, con los brazos en alto.

- ¡Magnífico! - exclama el periodista - ¡Qué gran actor es usted! Acaba de reconciliarme con el teatro.

Y pregunta después de una pausa:

- ¿Cuándo se casó usted con Judy?

- Hace más de dos siglos.

- ¿Y ella lo ama?

- A pesar de mis infidelidades.

- ¿Y usted la ama todavía?

- Todavía… a pesar de su fidelidad.

- Entonces, ¿por qué la mata en todas las presentaciones?

- ¿Me permite una pregunta?

- Las que quiera, Punch.

- ¿Es usted casado?

- No.

- Si usted fuera casado comprendería perfectamente. Creo que no hay en el mundo que no sienta seis veces al día, por lo menos, el deseo de estrangular a su esposa. Yo la mato a Judy porque quiero a todas las mujeres. ¡A todas! A las rubias y a las morenas, a las altas y a las bajas, a las gorditas y a las delgadas, a las pelirrojas y a las motudas…

[…] - No, Punch; no trate de engañarme. Usted no es tan cruel. Usted […] mata a pesar de usted mismo. El público se lo exige. El público es cruel; se alegra, ríe y aplaude, cuando usted comienza a repartir bastonazos.

- No haga literatura. A mí el público me importa un comino. Yo mato porque me divierto; porque es mi deporte favorito, ¿comprende? Y usted ya empieza a aburrirme con sus preguntas y con sus teorías caprichosas. No sé cómo pude aguantarlo tanto tiempo. ¡Basta! […]

Punch se enfurece. Comienza a dar saltos y a repartir bastonazos por el aire. […] El periodista huye […] Punch da un salto y se escabulle en el baúl de viaje.
Canta el pajarillo del reloj cucú: la una.

El viejo titiritero cree que todo fue un sueño

. Texto de la década de 1930, reproducido en la revista Titirimundo, en su época de publicación venezolana, núm. 1, Mérida, junio de 1968.

 

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Celebrando a Javier

Creo que el secreto de Javier es haber conservado al niño.
Ese que todos traemos al nacer: curioso, imaginero, transformador tierno, irreverente y a la vez creyente.
Ese ser luminoso que poco a poco, en la gran mayoría de los humanoides, se va opacando, gracias al cumplimiento de las buenas costumbres y a la aceptación de una interminable cadena de absurdos que nos alejan del verdadero sentido de la vida.

Gracias Javier por haberte burlado (con la altura de un pájaro) de tantas idioteces. Gracias por haber celebrado tantas sencilleces, siempre, con las manos limpias.

María Teresa Corral
Julio 09

Nota escrita especialmente para este Dossier por María Teresa Corral, musicóloga y cantante, cofundadora del Momusi (Movimiento de Música para Niños - http://www.momusi.org.ar).
Lamentablemente, por cuestiones técnicas, no pudo incluirse de momento su versión cantada de "Sueño de un niño negro" (incluida en Vamos a inventar canciones, LP de 1969 publicado por el sello La Cornamusa).

 

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Bibliografía, Premios y Distinciones

 

 

 

Colaboraciones en medios gráficos
Javier Villafañe también publicó artículos periodísticos, cuentos y poemas en diversos medios. Entre ellos La Prensa, El Hogar y otras revistas literarias.

Discografía
El gallo pinto, poemas infantiles (disco de vinilo en 33 1/3 r.p.m.), grabado con su voz - Buenos Aires, Ediciones Fonoeléctricas La Rosa Blindada - 1965
Incluye los poemas: El gallo pinto, Canciones de los tres hermanos, El sueño del niño negro, Ronda del sapo y la rana, Adivina, adivinador, Canción de los leñadores, El viejo ratón, Los cinco burritos, Duérmete mi niño, Pobre caballito.

Premios y Distinciones
Premio Municipal de Poesía, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1934
Faja de Honor de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), 1946
Premio Municipal de Prosa, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1954
Concurso de Cuentos infantiles de Editorial Kraft. Buenos Aires, 1954
Premio Fondo Nacional de las Artes, en Prosa. Argentina, Secretaría de Cultura de la Nación, 1957
Premio de Honor de Literatura. Primer Premio en el Certamen Literario de la Municipalidad de Buenos Aires, 1958
Premio Fondo Nacional de las Artes, en Poesía. Argentina, Secretaría de Cultura de la Nación, Argentina, 1964
Premio al mejor espectáculo en el Festival Internacional de Teatro para niños de Necochea (provincia de Buenos Aires), 1965
Premio de Literatura Infantil del Banco del Libro. Caracas, Venezuela, 1970
Premio Ollantay, del Centro de Estudios Latinoamericanos y de Investigación Teatral (CELCIT). Caracas, Venezuela, 1980
Premio Konex de Platino (Letras). Buenos Aires, Fundación Konex, 1984
Plaqueta Glorias de la Cultura Nacional. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1984
Premio Austral Infantil, en prosa e ilustración, Madrid, Editorial Espasa Calpe, 1985
Primer Premio Nacional de Literatura Infantil, producción 1982-1985. Argentina, Secretaría de Cultura de la Nación, 1986
Gran Premio Fondo Nacional de las Artes (Ciclo 1988). Argentina, Secretaría de Cultura de la Nación, 1988
Miembro Honorario de la Unión Internacional de la Marioneta (UNIMA), por decisión del Congreso Mundial de UNIMA, realizado en Japón en 1988
Premio Mecenas de la revista ¿Qué hacemos?. Buenos Aires, 1989
Mención extraordinaria por su aporte a la literatura infantil argentina, otorgada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA), 1991

 

 

 

 

 

Libros para niños

Una ronda, un cuento y un acto para títeres - Buenos Aires, Ediciones El Gallo Pinto - 1938

Coplas, poemas y canciones - Buenos Aires, Ediciones El Gallo Pinto - 1938 (Premio Municipal de Poesía)

Títeres - Buenos Aires, Editorial Nova - 1943

Los niños y los títeres (Obras para títeres, cartas y poemas de niños) - Buenos Aires, Editorial El Ateneo, Colección Titirimundo - 1944

El Gallo Pinto (Poesía) Ilustrado por niños - La Plata, Universidad Nacional de La Plata - 1944
Reediciones: Huarpes - 1947; Colombo - 1965; Hachette - 1965

Libro de cuentos y leyendas Ilustrado por niños - La Plata, Universidad Nacional de La Plata - 1945

Historias de pájaros - Buenos Aires, Emecé Editores - 1957

Los sueños del sapo (Cuentos y leyendas) Ilustrado por niños - Buenos Aires, Editorial Hachette - 1963

Títeres - Buenos Aires, Editorial Hachette - 1967

Los cuentos que me contaron (94 cuentos escritos por niños) - Caracas, Universidad de Los Andes - 1970

Cuentos con pájaros - Buenos Aires, Editorial Hachette - 1979

Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote - Barcelona, Editorial Seix Barral - 1983

El caballo celoso Ilustraciones de Julia Díaz - Madrid, Editorial Espasa Calpe, Colección Austral Juvenil - 1983
Reediciones: La Plata, Los Libros del Sudeste - 1985, con ilustraciones de Hugo Soubielle; Buenos Aires,
Ediciones Colihue, Colección Libros del Malabarista - 1992

Cuentos y títeres - Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección Libros del Malabarista - 1986

La vuelta al mundo Ilustraciones de Juan Ramón Alonso - Madrid, Espasa Calpe, Colección Austral Infantil - 1986

Los cuentos que me contaron por el camino de Don Quijote - Caracas, Alfadil LAIA - 1987

El juego del gallo ciego Ilustraciones de Rosa. M. González - Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección El Pajarito Remendado - 1989

Recuerdo de un nacimiento Ilustraciones de Nicolás Rubió - Buenos Aires, Editorial Sudamericana - 1990

Los cuentos que me contaron por los caminos de Aragón Ilustrado por niños - Zaragoza, Cultural Caracola, Colección La guerra de los botones - 1990

El hombre que debía adivinarle la edad al diablo Ilustraciones de Delia Contarbio - Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Colección Pan Flauta - 1991

 

 

 

 

 

Libros para adultos

El figón del palillero (en colaboración con Juan Pedro Ramos) - Buenos Aires, Editorial Colombo - 1934

Títeres de la Andariega Seis obras para títeres Ilustraciones de José Luis Lanuza - Luján (Pcia. de Buenos Aires), Edición Asociación Ameghino - 1936
Reedición: Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección Obras de Javier Villafañe - 1989

Teatro de títeres - Buenos Aires, Editorial Titirimundo - 1943

De puerta en puerta - Buenos Aires, Editorial Raigal - 1956

La maleta - Buenos Aires, Editorial Perrot, Colección Nuevo Mundo - 1957

Atá el hilo y comenzá de nuevo Poemas - Buenos Aires, Editorial Losada - 1960

Don Juan el Zorro Vida y meditaciones de un pícaro Ilustraciones de Lucrecia Chaves - Buenos Aires, Editorial Claridad - 1963
Reedición: Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección Obras de Javier Villafañe - 1989 (Ilustraciones de Gustavo Roldán)

El gran paraguas - Buenos Aires, Ediciones La Rosa Blindada - 1965

Circulen, caballeros, circulen - Buenos Aires, Editorial Hachette - 1967
Reedición: Buenos Aires, Ediciones Del Cronopio Azul, Colección Libros del Fondo Blanco - 1995

La cucaracha - Buenos Aires, Editorial Hachette - 1967

La jaula - Caracas, Editorial Monte Avilav - 1970

La gallina que se volvió serpiente y otros cuentos que me contaron Taller de títeres; Diagramación, ilustraciones y portada de Lucrecia Chaves - Venezuela, Universidad de Los Andes - 1977

Los ancianos y las apuestas - Buenos Aires, Editorial Sudamericana - 1990

Poesía - Buenos Aires, Editorial Contrapunto, Colección Contravientos - 1990

Paseo con difuntos - Buenos Aires, Emecé Editores - 1991

Historiacuentopoema - Buenos Aires, Ediciones Colihue - 1992

 

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